Este trozo del Evangelio continúa el del domingo anterior, y termina una unidad.
Había comenzado por un criterio dado por Jesús ("si no sois mejores que los escribas y fariseos, no entrareis en el reino de los cielos") y acaba con el mismo criterios formulado en positivo: "Ustedes, pues, sean perfectos, como su Padre celestial es perfecto". El concepto de "perfecto" en Mateo se refiere a algo que llega a su plenitud, algo que se ha completado. El modelo a imitar es Dios Padre.
Jesús sigue "llevando a plenitud" la práctica de los mandamientos. El domingo anterior vimos cuatro de ellos. Hoy se ven dos más: el de "ojo por ojo" y el de "amarás a tu prójimo" (Mateo añade: "y aborrecerás a tu enemigo", pero ese mandato no existe en la Escritura; pudiera ser un dicho que enseñaban unos a otros en tiempos de Jesús).
La ley del talión ("ojo por ojo") enseñaba la reciprocidad en la práctica de la justicia, de manera que el castigo fuese proporcional al daño infringido, con lo que se ponía límites a las venganzas. Jesús lleva más allá la reacción que debe tener el que ha sufrido daño, y propone buscar vías para desactivar la dinámica daño-venganza. Pone tres ejemplos de quien sufre humillaciones: el que es desafiado con el gesto de abofetearle en la derecha, el que es demandado para que le pague con la túnica y el que es requerido por soldado romano para llevar sus pertrechos una milla (como más adelante -27,32- Simón de Cirene será requerido para llevar la cruz de Jesús). Jesús propone no enfrentarse al que humilla, pero sí a la humillación, haciendo ridícula la misma por exageración: que desafíe por la mejilla izquierda -algo imposible-, pagar también con el manto-se quedaría desnudo en el tribunal pues es toda la ropa-, andar una milla más.
La ley de amar al prójimo la amplía al enemigo, llevando el mandato del amor a su plenitud. El modelo de ese actuar vuelve a ser Dios Padre, que nos discrimina a sus enemigos en su actuación. Actuando como el Padre nos hacemos hijos suyos. El actuar de otro modo nos asemeja al proceder de los publicanos, que se apoyaban entre sí, como lo que no seríamos "mejores que los escribas y fariseos"
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